Que no se apague el cresol

QUE NO SE APAGUE EL CRESOL.

-Es extraño inspector; La gente del barrio dice que llevan varias noches viendo raras luces moverse de un lado al otro de la taberna. Cuando esta lleva cerrada casi tres semanas-.

-Habrá que investigar… ¿ No cree Alfredo?-.                  

-Sí inspector. Me pondré manos a la obra enseguida-.

Eran las siete y comenzaba a oscurecer;  El farolero comenzaba su trabajo, prendiendo las primeras mechas de los faroles situados al fondo de la callejuela.

Estaba desierta. A parte de dicho farolero, no se veía un alma merodear por esa calle;  Antes solía haber mas movimiento. -Se dijo a sí mismo-; Claro está, eso era antes de que la taberna de  Mauro permaneciera cerrada desde su desaparición.

Mientras permaneció abierta solía transitar gran número de gente. Sobre todo malas gentes.

Era una taberna  para deshoras; Mauro la mantenía abierta  hasta altas horas de la madrugada, dándose encuentro en ella todo tipo de gentes y maleantes.  Borrachos crónicos, y harapientos sin hogar  solían ser los clientes asiduos de la taberna.

Encendió un cigarrillo al tiempo que saludaba al farolero, que en esos momentos se hallaba  sobre su cabeza, encendiendo un farol más.

Le hizo algunas preguntas referentes al local, que el farolero respondió mostrando su contento por el cierre; Por lo visto era un vecino,  y no había estado muy a gusto con el transitar de aquellas gentes por su calle. Alguna que otra vez había tenido sus por menores con algún borracho que salía de la taberna.

Después de todo el cierre de la taberna había sido bueno para el vecindario. Por lo menos ahora, no se oirían los escándalos de las peleas entre borrachos a altas horas de la noche.

Se mantuvo donde estaba durante unos minutos, hasta cerciorarse de que el farolero se hallaba  lo suficiente lejos, como para que no le viese acercarse hasta  la puerta de la taberna. Cuando lo consideró bastante alejado, tiro la colilla del cigarro enérgicamente, al tiempo que daba  unos ligeros pasos hasta hallarse frente la puerta del local.

La noche había hecho ya completa su aparición, y a pesar de haber anochecido, una deslumbrante luna, consecuente de una noche despejada como aquella, amenazaba con descubrir su estampa frente la puerta de la taberna, mientras intentaba entrar.

Tanteó la maneta de la puerta quedando sorprendido al ver que estaba  intacta;  ¡No es posible!. -Se dijo-.

Alfredo era el quinto detective que mandaba la agencia de la ciudad a investigar ese caso. A pesar de ello, al llegar a la puerta, no había encontrado ninguna señal que diera a entender, que alguno de los adjudicados a ese caso hubiera pasado por allí.

Normalmente, y por norma de la agencia, tenían la responsabilidad de dejar alguna nota, o clase de precinto, que indicara la responsabilidad de la policía sobre ese lugar.

Rápidamente sacó una ganzúa del bolsillo de su gabardina, con la que comenzó a trastear la cerradura hasta oír un chasquido;  Miró cauteloso hacia ambos lados de la calle, para asegurarse de que nadie le veía entrar, y  con un movimiento rápido se introdujo en el local cerrando la puerta a su espalda.

Cuando se halló dentro no reparó en nada. Solo se limitó a intentar darle solución a una pregunta que le rondaba la cabeza. ¿ Cómo es posible que cuatro detectives hallan desaparecido investigando el mismo caso, cuando no hay señales aparentes de que hallan estado aquí?.

Alfredo comenzó a descartar posibilidades en su cabeza mientras echaba un vistazo al local.

Todo estaba ordenado, parecía como si lo hubieran limpiado esperando a recibir visitas;  Seis mesas con sus correspondientes sillas componían el mobiliario para clientes. Una barra de madera, oscura y pegajosa  por el hecho de haber soportado infinidad de borracheras mal limpiadas,  abarcaba el largo de la habitación. Ocho taburetes también de madera, descansaban sobre ella patas arriba.

-Parecía como si Mauro lo hubiera ordenado todo acaso hecho antes de desaparecer.  Quizá halla hecho un viaje largo sin avisar-.  Pensó Alfredo.

La habitación desprendía un olor extraño.  Era un fuerte olor a alcohol, o vino avinagrado, mezclado con otro que le era familiar.

Desde la posición en la que se encontraba  no alcanzaba a ver gran cosa; Los rayos de la luna llena  que se filtraban  a trabes  de los gruesos cristales, solo dejaban al descubierto parte del mobiliario, y una pequeña puerta al fondo, que parecía ser una despensa.

Sacó una caja de fósforos, y prendiendo uno para conseguir una mejor iluminación, se fue acercando hasta llegar al fondo de la habitación; Le extrañó mucho ver una silla fuera de su lugar, al lado de una de las mesas situadas cerca de la pared; Encima de esta, había un estante que soportaba un par de quinqués. Cogió uno, y prendió con el fósforo antes de quemarse, la mecha impregnada en cresol.

Entonces pudo echar un nuevo vistazo a la habitación, que le dejó al descubierto una nueva puerta situada al otro extremo, a la que se accedía por detrás de la barra.

Se aproximó hacia su nuevo descubrimiento sorteando la barra de un salto con el quinqué en la mano.  Llegó a la puerta; Poco a poco fue introduciendo el quinqué  dentro de la habitación,  siguiendo el haz de luz con su vista, como previniéndose de lo inesperado.

Con cautela, se fue introduciendo en la habitación,  abriendo la puerta hasta encontrar el tope.

Solo había una cama de matrimonio, una mesita con los cajones abiertos, y un montón de papeles por el suelo.

Alguien había estado allí antes que él, y buscaba algo. Pero ¿el que?.  Llegó al fondo de la habitación donde encontró un taburete acolchado; Tenía la huella de un zapato imprimida en polvo sobre su superficie.

-Ya no cabe duda de que alguien ha estado aquí buscando algo. Seguramente lo encontró, y se fue. Pero lo que no entiendo, es el hecho de que se le asignara el caso a cuatro detectives antes que a mí, y ninguno haya sido capaz de acercarse para aclarar la desaparición de Mauro-.

Cuando acabó de pensar, se giró volviendo sobre sus pasos. Al llegar a la altura de la puerta, vio un perchero del que no había dado cuenta al entrar en la habitación; Del perchero colgaba una gabardina similar a la suya.

Al comprender el detalle, un escalofrío recorrió todo su cuerpo, haciéndole reflexionar temeroso por su seguridad.

Todo estaba claro.  La pisada en el acolchado, los cajones registrados, la silla apartada de la mesa en la sala de copas; Al menos un detective había entrado a investigar. Pero… o se le había olvidado la gabardina, o no había salido aún.

Esta reflexión hizo a Alfredo mostrarse mas precavido. Así que optó por sacar el pequeño revolver  que llevaba adherido a uno de sus tobillos, para tomar precauciones.

Salió de la habitación  para dirigirse al otro extremo de la taberna, y así echar una ojeada en la otra puerta. Esta tenia pinta de ser la puerta de una despensa.

Al lado de la puerta estaba el estante que sostenía los quinqués.  Lo miró de soslayo, y  la luz desprendida por el quinqué que sostenía en su mano, dejó el descubierto otro detalle que le aterrorizó.

Cuando cogió el quinqué del estante solo había dos, pero sin embargo, el espacio sobrante daba cabida a cuatro más.

A Alfredo le sorprendió aun más este detalle; Tan solo el pensar, que en él número de lámparas ausentes en el estante, coincidía con él número de detectives desaparecidos, hacía que se le pusiese la piel de gallina.

Estuvo parado frente a la puerta durante unos minutos, sopesando la posibilidad de volver otro día con la mente despejada de temores sin confirmar. Pero, ¿ qué diría su mejor amigo de la profesión, cuando llegara al café sin respuestas a sus preguntas?.

Había pasado media hora en su reloj y la luna se dejaba ver con mas fuerza a través de los ventanales. El frío sé hacía mas presente en señal de una buena helada; Entonces,  Alfredo decidió abrir la pequeña puerta con aspecto de despensa para mirar en su interior.

Al abrir la puerta empujando hacia dentro, una agresiva bocanada de aire se coló en la habitación,  haciendo oscilar la llama del quinqué, que proyectaba  tenebrosas sombras del cuerpo de Alfredo sobre la pared del fondo. Este, miró asustado y receloso a su espalda. Le había parecido ver algo moverse.

-Vamos allá-. Se dijo desganado.

Repitió la misma operación que al entrar en la otra. Pero para su sorpresa, esta puerta no era la de una despensa.

Se introdujo por ella, y vió como una serie de escalones descendentes, que se dirigían a lo que podía ser un sótano, o una bodega.

-Esto a cada instante se pone más interesante-.  Dijo en voz alta para imprimirse un valor inexistente.

Comenzó a bajar los escalones con cuidado. La inclinación era considerable, y la oscuridad densa como el crudo. La luz desprendida por el quinqué no era lo suficiente intensa, como para ver mas allá de sus narices. Así que alargó el brazo para avistar a más distancia, mientras de la otra sostenía el revolver.

A medida que bajaba uno a uno los escalones, el olor que le había sido familiar al entrar en la taberna,  se iba convirtiendo en un hedor  pestilente, y aún más reconocible. Olía a muerte, a putrefacción.

Hizo una pausa  al contar cinco escalones;  Cogió el pañuelo que llevaba en el cuello, y se lo llevó hasta la boca a forma de mascarilla, para soportar el hedor.

El silencio era sepulcral. Solo se rompía, cuando de vez en cuando se dejaba escuchar el aullido del aire al entrar por alguna ventana. También se dejaba escuchar mas débilmente el pobre gotear de algún líquido.

Cuando hubo llegado al final de la escalera, se encontró en un estrecho pasillo que cruzaba de derecha a izquierda, llegando a morir por ambos lados a una habitación.

Decidió ir en la dirección de la que provenía el continuo goteo;  Parecía provenir de la derecha.

Conforme avanzaba en esa dirección, el olor, y la corriente de aire cogían mas fuerza. Vio frente a el, en lo que parecía distinguirse como el fondo de la habitación hacia la que se dirigía, un pequeño ventanuco, por el que se distinguía una gran luna llena.

De pronto bajó la mirada sobre la línea de la ventana, y a los pies de esta, vio cuatro o cinco pares de ojos rojos  y brillantes, que le vigilaban atentamente en esa oscuridad densa.

No pudo reaccionar; El miedo invadió su persona de los pies a la cabeza. No pudo contenerse, y esbozó un enorme grito de pavor al ver que los ojos se veían más cercanos.

Intentó salir de aquel lugar lo más rápido posible. Tan rápido, que su esfuerzo por darse la vuelta para salir corriendo, se convirtió en el cruce repentino de sus piernas, haciéndole caer de bruces, y quedándose boca abajo  en dirección contraria a la que iba.

Notó como algo pasaba sobre su espalda a toda velocidad, haciendo caso omiso a que él estuviera allí; Mientras tanto, Alfredo gritaba poseído y embargado por el miedo; El quinqué se había apagado al caer al suelo, y no podía describir lo que estaba pasando.

Cuando cesó ese infierno, Alfredo dejó de gritar volviendo en sí. Entonces pudo percibir gran cantidad de maullidos que provenían de las escaleras, y de la habitación de arriba.

-¿Te han asustado unos gatos?-. Se preguntó en voz alta mientras se encontraba en el suelo boca abajo.

Comenzó a reír a carcajadas por el hecho de que le hubieran asustado unos gatos. Y mientras reía, callo en la cuenta de que tendría que volver arriba a por el otro quinqué, para seguir su investigación.

Intentó incorporarse con el revolver en la mano, y al levantar la vista, vio una imagen que le dejo petrificado. Esta vez no pudo articular ni un grito.

Se obligó a caminar de espaldas para no perder de vista al nuevo ser que se alzaba frente a sus ojos. Entonces comenzó a vaciar el tambor de su pequeño revolver,  sobre esa cosa de aspecto inhumano, que se encontraba inmóvil al fondo del pasillo.

Alfredo no veía la forma de salir de allí; Sin el candil para alumbrarse, allí abajo todo era oscuridad.

Tenía que escapar a toda costa; estaba muy asustado, y las balas no parecían surtir efecto sobre aquella cosa, que continuaba en pie y amenazante

Entonces, recordó el ventanuco que se hallaba a su espalda, en la habitación de la que salieron los gatos, y decidió correr hacia ella.

Corrió a oscuras en dirección al ventanuco tanteando las paredes. Ya podía ver al fondo como se filtraban los rayos de luz de luna a través del ventanuco.  Tan solo le quedaban unos metros para llegar hasta él, y así poder salir de allí.

De pronto dio un traspié con una pila de cajas desparramándolas por todas partes. Se incorporó del traspié velozmente, mirando en contra dirección para ver si le seguía aquella cosa, y al encontrarse bajo su  única oportunidad para escapar, algo le paró en seco, sin dejarle oportunidad alguna de articular palabra.

Media hora sobrepasaba  ya las nueve de la noche, y Simón aún esperaba en la cafetería del centro la llegada de Alfredo.

Eran buenos amigos de la profesión, y de cuando en cuando, solían quedar para tomarse unos cafés o copas, mientras intercambiaban opiniones referentes a los casos en los que se encontraban.

En esos momentos Simón, intentaba esclarecer el caso de un asesino en serie, que al parecer se había instalado en la ciudad, y que compartía parentesco con Jack el destripador.  Aún no lo había localizado, pero tenía la esperanza de hacerlo pronto.

Se mantuvo en la cafetería durante diez minutos más. Pasados éstos, decidió ir en busca de su amigo.

Le resultaba muy extraño el hecho de que Alfredo, siempre puntual a sus citas, se retrasara de esa forma. Eso solo tenía una explicación a ojos de Simón. O había tenido que acudir a una cuestión más importante, o simplemente había tenido un percance.

Salió de la cafetería, y llamó la atención de un coche de caballos; El lugar a donde había ido su amigo no se encontraba muy alejado, pero sin duda, aquella no era una buena noche para caminar.

– Si existieran los hombres lobo, hoy seria el día propicio para bailar con ellos en la calle-. Le comentó al cochero, que asintió con una carcajada.

A petición suya, el coche le dejó a la entrada de la callejuela asfaltada con adoquines de piedra. La iluminación de los faroles no se dejaba notar, a causa de la brillante luna que se posaba sobre la ciudad.

Caminó unos doscientos metros, hasta  que se encontró a la altura de la taberna. Se acercó a la puerta, pero se hallaba cerrada para su descontento; Allí no había señal de Alfredo.

Entonces recordó, que  las tabernas solían tener  un sótano donde guardar el vino, la cerveza, y algún que otro en ser referente a ese gremio.

Al costado izquierdo de la taberna había un pequeño jardín vallado, perteneciente a la casa colindante. Saltó la valla, y vio el ventanuco situado a ras de suelo perteneciente a la taberna. A medida que se acortaba la distancia entre él y el ventanuco, un hedor nauseabundo se iba dejando notar con mas fuerza. Se arrodilló para observar a trabes de el con esperanzas de encontrar alguna señal de su amigo;  Nada, tan solo escuchó el gotear de un líquido.

-Es hora de irse a casa; ¿ Quizá no halla venido?-. Y sin mas salió del lugar.

Tres días después nadie sabía nada en la agencia sobre los detectives desaparecidos. No había habido llamadas remitidas por parte de ninguno. Solo se supo, que uno mas se había agregado a la lista de desaparecidos.

Simón remitió a la agencia un comunicado pidiendo que le asignaran el caso de la desaparición de Mauro. Esta le fue denegada; Las normas de la agencia solo permitían llevar un caso por detective.

Nada podía hacer contra eso. Pero nadie le impediría echar un vistazo.

El ciclo de la luna Había sido completado, y la oscuridad de la noche era más intensa que nunca.

Serian sobre las nueve de la noche, cuando Simón decidió acercarse por la taberna. No se veía un alma por la calle, y las sombras de la noche camuflaban su silueta frente a la puerta de la taberna.

Sacó un pañuelo de uno de sus bolsillos, y  liándolo sobre uno de sus puños, le propinó un tremendo golpe al cristal más cercano a la cerradura, haciéndolo estallar.

Metió la mano rápidamente por el agujero, y abrió la puerta desde dentro con mucha avidez.

Simón nunca había entendido de cerraduras, ni de ganzúas. Pensaba que esos eran procedimientos lentos, a la hora de allanar una vivienda.

Encendió un fósforo, y al mirar a su izquierda, vio un candelero que portaba una vela. Lo descolgó de la pared, y prendió la vela para iluminarse mejor.

Con esta nueva luminosidad observó lo que días antes había visto su amigo.

Típico mobiliario de madera para una taberna le rodeaba en ese momento.

Al frente y detrás de la barra, se dejaba ver una puerta. Se introdujo por ella después de saltar la barra, y pudo ver la escena.

Una amplia cama de matrimonio se situaba a su izquierda. Junto a ella una mesita con los cajones abiertos, y cantidad de papeles por el suelo.  Al frente pudo distinguir el asiento acolchado, pero no así la huella que havia sobre este.  A su derecha pudo ver el perchero del cual colgaba una gabardina, que no era la de su amigo.

Comenzó a dar unos pasos hacia el fondo de la habitación, para verlo todo mas de cerca, cuando algo toco su cabeza.

Del techo colgaba oscilante una pequeña cuerda. Le propino un tirón a esta organizando un gran estrépito que precedió a la caída de unas escaleras de madera.

Seguramente llevaran a una alcoba, desván, o algo similar.

Comenzó la escalada por las escaleras; Un olor a muerto comenzó a hacerse presente en la habitación. El olor sé hacía mes fuerte mientras subía. Una vez arriba se topó con una imagen dantesca;

Mauro se hallaba muerto sobre una pequeña cama; Su cuerpo estaba reventado. Seguramente habría muerto de un infarto al corazón.

Esto no lo podía señalar con certeza hasta después de una autopsia. Sin embargo, Simón ya había visto antes esta imagen.

Se daban pocos casos como éste. Pero cuando alguien era victima de un infarto al corazón, y el cuerpo no era enterrado, la descomposición interna del mismo producía varia clase de gases, de entre ellos el metano. Esto no tenía nada de nuevo. La cuestión, era que si los gases producidos por la descomposición de dicho cuerpo, no encontraban salida hacia el exterior, se iban  acumulando dentro del cuerpo, abotargándolo, hasta hacerlo estallar.

Quizá hubiera sido otra causa natural la responsable de su muerte. Pero con certeza podría afirmar, que el cuerpo yacía sobre la cama desecha hacia un par de semanas.

Miró a su alrededor en la pequeña alcoba. Tan solo había un armario con las puertas abiertas, y  algo de ropa en su interior.

Simón no lograba entender una cosa. ¿ Por que Mauro no dormiría en la habitación posterior, en una cama más amplia que sobre la que se encontraba?.  ¿ Quizá lo subiría alguien allí?. ¿ O… simplemente se negaría a dormir donde ya hubiera dormido su difunta mujer?.

Simón no paraba de darle vueltas a la cabeza en busca de repuestas.  Y llego a la conclusión, de que las respuestas llegarían con la resolución del caso.

Regresó sobre sus pasos a través de la casa, hasta llegar de nuevo a la taberna. Una vez allí volvió a echar un nuevo vistazo en busca de detalles concluyentes; No encontró nada fuera de lo normal. Exceptuando el detalle de los quinqués sobre el estante.

Cogió él ultimo quinqué que quedaba en el estante; Aún le quedaba por ver la habitación a la que conducía una pequeña puerta, y la vela con la que se alumbraba comenzaba a perecer sobre el candelero que portaba en su mano. Así que opto por prender la mecha del quinqué.

Desde su posición empujó la pequeña puerta situada al lado del estante. Esta se abrió acompañada de un chirrido espeluznante.

-Haría falta que alguien engrasara esta puerta-. Dijo en un tono burlón.

Al entrar por la pequeña puerta, se llevo rápidamente la mano a la boca preso de una vomitona. También allí olía a cadáver.

Inició el descenso con mucho cuidado. Los escalones estaban bastante inclinados, y el haz de luz que desprendía el quinqué no era muy generoso; Contó siete escalones hasta que llegó a un rellano. Cuando puso el pie sobre este, un crujir de cristales hizo desviar su atención hacia el suelo.

Con un movimiento rápido saco su pequeño revolver de la gabardina, para defenderse de cualquier amenaza.

Había encontrado cinco quinqués destrozados bajo sus pies. Y esa no era señal de un buen augurio.

Miró desconfiado hacia la izquierda sin poder distinguir nada. Tan solo la forma de una entrada a otra habitación. Seguidamente miró hacia le derecha, pero igualmente sin posibilidad de distinguir nada. Ni siquiera pudo ver el ventanuco del fondo en esa dirección, por el que él se había asomado hacía unos días, y por el que penetraba la luz los días de luna llena.

Vaciló un momento antes de decidirse a caminar hacia su lado izquierdo. Comenzó a caminar lentamente con la pistola y el quinqué en una mano, mientras la otra le tapaba la boca. Sin darse cuenta se encontró dentro de una habitación sin puerta y sin ventanas. Después de echar una ojeada a su alrededor,  solo distinguió unos cuantos toneles de vino y una piel, al parecer de oso polar, colgada frente a la entrada, sobre una cuerda que abarcaba la habitación de un extremo a otro.

-Es increíble-. Se dijo.

¿ Para que ostias querría el viejo Mauro esta piel de oso?.

Quedo pensativo por un momento.

Mientras se hallaba en esa postura, el silencio le rebeló el leve sonido de un tímido gotear a su espalda.

Dando la vuelta comenzó a caminar en la dirección opuesta, hacia la otra habitación. Conforme se acercaba el hedor iba terciando a mayor.

Al entrar en la otra habitación se encontró con una de las montoneras de cajas desparramados por los suelos.  Siguió adelante tras sortear las cajas. El tímido goteo se iba haciendo más audible mientras avanzaba.

Piso algo. ¡ Sangre!

Continuó su avance por la habitación con la mirada fija al reguero de sangre que discurría por el suelo, hasta que se topó con un gran charco.

-¡Dios!, ¿ Que es esto?-.

Al levantar la mirada del suelo, vio algo que le impactó, e hizo que él cayera de espaldas lanzando el quinqué por los aires, y estampándolo contra unas cajas que comenzaron a arder.

Nuevamente volvió a mirar la imagen desde el suelo haciéndole vomitar sobre un charco de sangre.

Era aterrador. Cinco personas se hallaban bajo el ventanuco horriblemente asesinadas.  Parecían unos pinchos morunos clavados  sobre un enrejado de hierro, que sobresalía de la pared a modo de percha para colgar jamones.

Tres de los cuerpos presentaban un avanzado estado de descomposición. También presentaban pequeñas mordeduras por todo el cuerpo.

Simón no podía dar crédito a lo que estaba presenciando.  De entre los cinco detectives que se encontraban  cruelmente asesinados, pudo reconocer a Alfredo. Su mejor amigo.

Entonces con lagrimas en los ojos, Grito.

– ¿ Quién a podido ser capaz de realizar esto?, ¿ Quién…?.

Nunca se supo, pero quizá tuvo la respuesta ante sus ojos, mientras el quinqué permaneció encendido sobre su mano.

Caso cerrado…..

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